En el marco de nuestras Pasantías Culturales UDD, unimos estos dos destinos para vivir una experiencia única de conocer por un lado la magnífica Estambul o Constantinopla, Capadocia, recorrer parte de la Anatolia, la ruta de Capadocia a Esmirna, y viajar luego a Atenas para visitar el Peloponeso, llegar a Delfos con sus magníficos sitios arqueológicos, y finalmente Meteora donde visitamos los monasterios ortodoxos que se encaraman sobres abruptas rocas. Un entusiasta grupo de participantes disfrutó la cultura de estos dos países tan diferentes, pero a la vez con tanto en común, su historia de más de 3.500 años, sus paisajes, su arquitectura, su gastronomía, espectáculos, bailes y mercados típicos. Un viaje imperdible para todos aquellos que se quieren sumergir en la cuna de nuestra civilización occidental.
La actual Turquía es heredera en buena parte de la cultura greco-romana, luego cristiana, y que formaron el Imperio Bizantino que dominó desde el siglo V al XV en los actuales territorios de Grecia y Turquía. Al fundarse la Nueva Roma (Constantinopla) nace la historia del Imperio Bizantino que durante más de mil años dominó parte del Mediterráneo y del Mar Negro dejando como herencia la religión ortodoxa. Esos más de mil años terminaron con la invasión de los turcos otomanos en el siglo XV, surgió un nuevo imperio con dominios más allá de la Anatolia.
Un vuelo desde Santiago a Madrid para una escala en la capital española, nos llevó en poco más de 4 horas a Estambul, la ciudad que se divide entre Europa y Asia. Visitamos las construcciones y espacios del Imperio Bizantino como sus interesantes iglesias – museos (recientemente mezquitas) santa Sofía y san Salvador de Chora con sus magníficos mosaicos, el antiguo Hipódromo, la Cisterna Basílica, los restos de las murallas de Teodosio. También los barrios de Kadiköy con su pintoresco mercado donde nos embarcamos para navegar por el Bósforo y poder observar desde un lugar privilegiado esta ciudad dividida en dos continentes.
El mundo musulmán se nos acerca con la visita al museo de Topkapi con su famoso Harem, el lujoso Palacio Dolmabahce cerca del barrio de Ortaköy con su pequeña pero llamativa mezquita, las gigantescas mezquitas como la mezquita Azul, y la de Solimán. Y desde la Plaza Taksim en el barrio más céntrico de Estambul, caminamos por imperdibles callejuelas hasta la torre Gálata donde las vistas al Cuerno de Oro y el Bósforo son verdaderas postales.
Una ciudad de mil rincones, infinitas vistas y la presencia de olores, colores de la sabrosa comida y del comercio turco se dejan sentir por toda la ciudad, especialmente en el Mercado de las Especies, más conocido como Mercado Egipcio.
En un vuelo de no más de 1.5 horas aterrizamos en Kaiseri, en el centro de la Anatolia para visitar el mundialmente conocido complejo monástico bizantino con iglesias excavadas en la roca que son la gran atracción de la región junto a los vuelos en globos aerostáticos que son muy conocidos en esta región, donde al amanecer cientos de globos se elevan sobre los valles de Göreme, la fortaleza natural de Uçhisar, Ortahisar, las chimeneas de hadas de Ürgüp, conos de piedra coronados por rocas planas, los pueblitos trogloditas de Paşabağ en Zelve, y Avanos, un pueblo de centros artesanales y tejedurías, alfombras, y kelims.
Viajamos más de 4 horas entre Capadocia y Konya, cruzando la Anatolia, y en el camino tuvimos la oportunidad de visitar un caravasar del siglo XII, construcciones que fueron clave en el desarrollo y consolidación de las rutas de comercio, especialmente a lo largo de la Ruta de la Seda. Surgían a lo largo de los principales caminos donde las caravanas que hacían viajes de comercio, peregrinaje o militares, y de muchas jornadas, podían alojar, descansar y alimentar a los viajeros y a sus animales.
En la mitad de la Anatolia, esta ciudad es conocida por serel lugar donde falleció y fue sepultado Yalal ad-Din Muhammad Rumi en el siglo XIII, poeta místico y fundador de los derviches de la orden sufí Mevleví. El famoso Mausoleo de Devlana, conocida por su cúpula de azulejos azul-turquesa, y el Monasterio de los Dervidas Danzantes son parte importante de la ciudad que tiene la reputación de ser uno de los centros urbanos más conservadores en materia religiosa de Turquía, y que también llegó a ser conocida como “La Ciudadela del Islam”.
A unas 5 horas de Konya hacia el oeste, cruzando montañas y valles, llegamos a Pamukkale donde pudimos disfrutar las vistas y las aguas del lugar que también es conocido como ”Castillo de Algodón”. Un fenómeno natural que produce gruesas capas blancas de piedra caliza y travertino que bajan como cascadas por la ladera de la montaña con posas de agua poco profunda y que le dan al lugar un aspecto blanco deslumbrante.
Junto a Pamukkale se encuentra la antigua ciudad de Hierápolis, fundada en el siglo II aC, que más tarde fue un importante centro de descanso para los nobles de todo el Imperio Romano que acudían atraídos por las aguas termales. Destruida por un terremoto a mediados del siglo XIV, sobreviven las ruinas del templo de Apolo, la fuente monumental (Nympheum), el teatro construido sobre una pendiente, baños romanos, martirio y tumba de San Felipe Apóstol, y las puertas de la ciudad, construidas en diferentes épocas.
La península de Anatolia esconde en sus costas, valles y montañas un valioso patrimonio de la antigüedad que nos permiten darnos cuenta de la poderosa influencia que ejerció la cultura griega en tierras orientales y también de la magnitud que llegó a alcanzar la civilización romana. Hoy sigue siendo una zona rica, y sus campesinos se ganan la vida con el cultivo de tabaco y olivos.
A poco más de una hora de Pamukkale llegamos a estas ruinas greco-romanas tan grandes e importantes como Éfeso. La zona, considerada como un territorio sagrado, era considerada de muchos privilegios para los romanos y de ello dan cuenta el teatro, el ágora, los baños romanos, el odeón, el templo de Afrodita, el estadio, uno de los mayores y mejores preservados en la cuenca mediterránea que albergaba unos 30.000 espectadores, la plaza principal con su gran puerta monumental, y el tetrapilón, uno de los más originales de Turquía.
En la costa del Egeo, y a pocas horas de Afrodisias, llegamos a Dídime en una ubicación privilegiada mirando al mar, conocida por su enorme santuario oracular de Apolo, famoso desde el siglo VII aC. La leyenda cuenta que, en este lugar, Leto habría concebido de Zeus a su hijo Apolo, quien se habría enamorado de un pastor local llamado Branco, y le habría dado el don de la clarividencia. Con el acceso original por mar, además de una vía sagrada, se conectaba al puerto de Mileto, a sólo 15 kms de distancia. El área del santuario fue abandonada en el siglo IV dC, dañada por terremotos en los siglos VII y XV, dejando solos los restos arqueológicos del Templo de Apolo con un total de 120 columnas jónicas de 19,70 m de altura. Además, el santuario contaba con un estadio un teatro, cuyos restos arqueológicos se encontraron en 2010, y un posible templo dedicado a Artemisa.
Otra de las antiguas ciudades griegas de Jonia, a solo 25 kms. de la antigua Mileto, construida en el siglo IV aC con dos puertos sobre acantilados, pendientes pronunciadas y terrazas, y que hoy, después de varios siglos, se ubica tierra adentro por el retroceso del mar que determinó su decadencia. El casco urbano estaba rodeado por una muralla de 6m de alto, que subía junto a los paredones de la montaña y rodeaba la acrópolis con el templo de Atenea. Visitamos el teatro, típico griego, que podía acoger a 5.000 espectadores y que aún conserva la clepsidra o reloj de agua de época romana que cronometraba y acotaba los tiempos de intervención de los oradores.
A una hora al sur de Esmirna, y muy cerca de Kusadasi, Éfeso fue un importante centro religioso, cultural y comercial a orillas del mar Egeo. En manos de persas, atenienses, espartanos, macedonios, seleúcidas y egipcios, la ciudad prosperó durante el Imperio Romano hasta que fue destruida por los godos a fines del siglo III, entrando en una decadencia que se acentuó por terremotos y por el retroceso de la costa a partir del siglo V dC cuando ya el puerto no era útil. Durante los siglos VII y VIII fue constantemente hostigada por los árabes, cayendo en manos de los otomanos a comienzos del siglo XIV. En el siglo XIX se iniciaron las excavaciones en busca del templo de Artemisa, una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo con 120 columnas de 20 m de altura, de las cuales solo queda una. Los principales restos arqueológicos se distribuyen a lo largo de las vías principales de la antigua ciudad, siendo los más destacados el teatro con una capacidad para 25.000 espectadores, el odeón, la biblioteca de Celso, la basílica romana, el estadio, varias puertas, fuentes, termas y templos. En los alrededores destacan la Basílica de San Juan de Éfeso (siglo VI) en el sitio donde supuestamente San Juan escribió su evangelio, la casa de la Virgen María (siglo VII), donde vivió la madre de Jesús, según la tradición y la mezquita de İsa Bey (siglo XIV).
En Éfeso culmina la primera parte de nuestro viaje, Turquía, que nos mostró el legado greco-romano, bizantino y otomano, junto a paisajes sobrecogedores, y una gastronomía deliciosa que recoge la variedad cultural que ha habitado estas tierras.
La trayectoria histórica del mundo griego la podemos situar hace varios miles de años. Sin embargo, a partir de los aqueos, hace unos 3.500 años, los cambios y la integración de los distintos pueblos que habitaron la región dieron origen a una Grecia que tiene a la polis como centro, y a Pericles en el siglo V aC dominando el llamado Siglo de Oro. Así es como las Guerras Médicas, la de Peloponeso, más adelante las expediciones de Alejandro Magno, y la Conquista Romana hasta pasar a ser parte del Imperio Bizantino, marcaron el destino, la impronta y la herencia de lo clásico en el Occidente.
Un vuelo nos llevó de Esmirna a Estambul, con una breve escala, y luego otro vuelo a Atenas, la capital helena, la ciudad de la diosa Atenea, su protectora y que en el siglo V aC se convirtió en una poderosa ciudad-estado de la Grecia Clásica y uno de los mayores centros donde vivieron muchos de los grandes artistas, e intelectuales de la Antigüedad, que originaron muchas de las ideas de la civilización occidental, entre ellas el concepto de democracia.
Las colinas de Licabeto, la Acrópolis, Filopappos y Tourkovounia hacen que sea una ciudad de barrios delimitados como las pintorescas Plaka y Monastiraki de calles estrechas e irregulares, destacadas por sus numerosos cafés, galerías de arte y vida nocturna, además del señorial barrio Kolonaki.
Atenas es una ciudad excepcionalmente rica en restos arqueológicos de gran importancia, como la Acrópolis con el Partenón, Erecteión, Propileos, y templo de Atenea Niké, el templo dórico de Hefesto, las ruinas del Templo de Zeus Olímpico, el Arco de Adriano, el Ágora romana con la Torre de los Vientos y la Biblioteca de Adriano. Bajo el dominio romano oriental, desde el siglo IV dC encontramos iglesias bizantinas, como la de Todos los Santos junto a la Estoa de Átalo, el Monasterio de Kesariani, y el Monasterio de Dafni. Los siglos XV al XIX estuvieron bajo el dominio otomano, y tras la Guerra de la Independencia, Atenas fue nombrada oficialmente capital de Grecia, y el siglo XIX está marcado por la arquitectura neoclásica, siendo la Academia, la Biblioteca Nacional, la Universidad de Atenas, y el Parlamento en la plaza Sintagma lo más conocidos.
Museos especializados en determinados períodos dan cuenta de la historia de Grecia y de Atenas como el Museo Arqueológico Nacional, el Museo del Ágora de Atenas (antigua Stoa de Átalo), el Museo Arqueológico del Cerámico, el Museo Benaki, el Museo de Arte Cicládico, el Museo Cristiano y Bizantino, el Museo Histórico Nacional, la Pinacoteca Nacional, y el Museo de la Acrópolis.
Salimos de Atenas rumbo al Peloponeso, y después de 1,5 horas de viaje a lo largo de una carretera con vistas a diferentes golfos y ensenadas, se hace necesaria una detención para conocer el Canal de Corinto de sólo 23 metros de ancho y 6 kms. de longitud que se construyó a fines del siglo XIX y conecta el mar Egeo con el mar Jónico. Originalmente el Peloponeso era una península unida al continente que fue dominada por aqueos, griegos, macedonios y romanos. Estuvo bajo el poder bizantino, fue conquistada por los venecianos y por los cruzados, y finalmente ocupada por los otomanos hasta la independencia de la Grecia moderna en 1822.
Ya estando en el Peloponeso nos dirigimos a Epidauro, una pequeña península donde desde el siglo XVI aC, se rendía culto a una divinidad sanadora, y mil años más tarde se estableció el culto a Asclepio lo que generó una gran afluencia de peregrinos gracias al santuario donde se practicaba la medicina por la interpretación de los sueños. El santuario comprendía además un gran templo, el tholos, algunos otros templos menores dedicados a Artemisa y a Afrodita, además de gimnasio, palestra, estadio, pórticos y termas. Pero es su teatro con una acústica excepcional y uno de los mejor conservados de Grecia y modelo de numerosos teatros griegos, el que le da la fama hoy. Diseñado por el escultor Policleto a mediados del siglo IV aC, fue construido aprovechando la ladera de una montaña, con un diámetro de 112 metros, con capacidad para 12.000 espectadores.
Esta pequeña ciudad, considerada una de las puertas de entrada al Peloponeso y que se caracteriza por barrios diseñados por los venecianos con sus calles pavimentadas en mármol y las características viviendas con persianas de madera, inequívocos rasgos de su pasado medieval, nos recibe para desde allí hacer las visitas a Micenas y continuar a Olimpia. Se ubica en un rincón protegido de la costa argólida, a sólo dos horas de Atenas, y está protegida por tres fortalezas. La más impresionante es la del castillo de Palamidi desde la cual las vistas panorámicas son infinitas, el castillo Bourtzi que ocupa un islote frente al puerto de la ciudad, y a la tercera se le conoce como Acronauplia.
Según la mitología griega, Micenas fue fundada por Perseo, y también es el reino del héroe homérico Agamenón, jefe de los aqueos durante la Guerra de Troya, preservado por los griegos en los poemas de la Ilíada y la Odisea.
Los primeros signos de asentamientos permanentes se fechan hace unos 5.000 años, siendo la época de mayor prosperidad entre 1350 y 1200 aC, de la cual se conserva el mayor número de restos arqueológicos como las murallas ciclópeas, así llamadas debido a los enormes bloques de piedra usados, la Puerta de los Leones, el Círculo de tumbas A donde fueron hallados lujosos ajuares funerarios, como la llamada máscara de Agamenón, el palacio real, y el Círculo de tumbas B. La ciudadela fue abandona hacia el 1100 aC, y los descubrimientos de Heinrich Schliemann en la segunda mitad del siglo XIX la llevaron a la fama. En el exterior de la acrópolis hay varias tumbas que están formadas por un corredor abierto (dromos), una puerta y una cámara donde las cúpulas son de planta circular y alzado elíptico, siendo la de Atreo, la más conocida.
Cultivos agrícolas de tipo mediterráneo: frutales, cítricos, olivo, y el cultivo de maíz en los valles que se forman entre cerros, son parte del paisaje que vemos en nuestro recorrido cruzando el Peloponeso de este a oeste, hasta llegar a Olimpia, conocida por ser la ciudad donde comenzaron los Juegos Olímpicos en el 776 aC y dedicados a Zeus.
Mas de 30 recintos se encuentran en el santuario entre los que están el Templo de Hera, el Pritaneo, el Filipeo, el Ninfeo de Herodes Ático, la estoa de Hestia, el bouleuterión, los baños griegos, la palestra y el taller de Fidias y basílica paleocristiana, el famoso estadio y el templo de Zeus, que albergaba la gigantesca estatua de oro y marfil de Zeus considerada una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo. El museo alberga parte de obras encontradas en las excavaciones que comenzaron en el siglo XIX, como la estatua de Hermes con el Dionisio en brazos (Praxíteles) y el frontón del templo de Zeus, además de una amplia colección de bronces antiguos y objetos de las épocas prehistórica, geométrica y arcaica, clásica, helenística, y romana.
Un viaje de unas 4 horas nos llevó de Olimpia a Delfos, cruzando el puente Antirio de casi 3 kms de largo e inaugurado en 2004, y que conecta la parte occidental de la península del Peloponeso con el resto de Grecia. En ruta pasamos a Lepanto junto al golfo del mismo nombre, una pequeña y acogedora ciudad que aún conserva parte de la ciudadela veneciana y su puerto, donde se realizó en 1571 el célebre combate naval en el cual se enfrentaron la armada del Imperio Otomano contra la de la Liga Santa, en la que participó Miguel de Cervantes que resultó herido y perdió la movilidad de su mano izquierda, por lo que desde entoncés se le apodó como “el manco de Lepanto”.
En la ladera del Monte Parnaso, y a lo largo de dos calles paralelas muy estrechas, se encuentra el pueblo de Delfos, punto central para conocer el lugar donde se erigió en el siglo IV aC el santuario con el templo de Apolo y el legendario oráculo que se consultaba desde el siglo VIII aC y cuya fama se extendió rápidamente y era reverenciado en todo el mundo griego como el lugar del ónfalos o centro del universo. Delfos fue explorada por primera vez a mediados del siglo XVII y desde fines del siglo XIX continúan las excavaciones en este paisaje agreste que hace de marco al extenso complejo arqueológico que además de los restos de los santuarios de Apolo y Atenea Pronaia, contiene un antiguo estadio usado para los Juegos Píticos, altares, tesoros, el bouleterión, la estoa de los atenienses, la fuente de Castalia y la de Delphusa, un teatro y el ágora romana. No muy lejos, en el lado sur de la carretera principal, están el gimnasio y el tholos.
El Museo Arqueológico de Delfos exponen objetos hallados entre las ruinas, y alberga una colección asociada con la antigua Delfos, incluyendo el famoso auriga, tesoros de oro, fragmentos de relieves, el tesoro de los atenienses, la esfinge de los Naxios, y las dos estatuas colosales de Cleobis y Bitón, que se encuentran entre las más antiguas esculturas griegas de mármol (siglo VI aC).
En la ruta de Delfos a Meteora, de poco más de tres horas que nos lleva hacia el norte de Grecia a través de montañas y valles de verdes olivos, cruzamos las Termópilas, un paso ineludible en el trayecto entre el norte y el sur del país, que por sus características geográficas ha sido escenario de varias batallas en su historia. La más conocida es la “Batalla de las Termópilas” durante las segundas Guerras Médicas (480 aC), en la cual menos de mil griegos liderados por el rey Leonidas de Esparta, lograron en una semana contener el avance del poderoso ejército persa al mando de Jerjes I, rey del Imperio Aqueménida.
Llegamos a nuestra última visita, los monasterios cristianos ortodoxos de Meteora, un importante lugar del monacato ortodoxo griego que se ubican en el centro norte de Grecia, muy cerca de Kalambaka. Estas sorprendentes construcciones sobre las cimas de rocas de arenisca gris, y de no fácil acceso, están habitadas desde el siglo XI por los primeros monjes ermitaños que vivían en cuevas. Los primeros monasterios se construyeron para escapar de los turcos y de los albaneses en el siglo XIV, y las iglesias bizantinas guardan reliquias y valiosos frescos que relatan las persecuciones y martirios que sufrieron los cristianos. Gran parte de los monasterios fueron destruidos durante la II Guerra Mundial y hoy, sólo seis monasterios están en uso: San Nicolás, San Esteban, de la Santísima Trinidad, del Gran Meteoro (o de la Transfiguración), Roussanou, y Varlaam.
Termina así un viaje enriquecedor, no sólo desde el punto de vista histórico, artístico y cultural, sino también humano. Volvimos de Meteora a Atenas, para seguir recorriendo la ciudad de la diosa Atenea llena de historias, y comenzar nuestro regreso cargados de experiencias, recuerdos y vivencias que no se olvidarán.